El carlismo frente a la democracia y la Segunda República: de como la Realpolitik transformó la teleología tradicionalista.

Autor principal:
Íñigo Marqués Serrano (Universidad de Zaragoza)
Programa:
Sesión 4, Sesión 4
Día: martes, 23 de julio de 2024
Hora: 09:00 a 10:45
Lugar: ALFONSO X (48)

Las teleologías son un elemento fundamental de las ideologías políticas modernas. Todo constructo político complejo, y con esto nos referimos a las culturas políticas, han poseído un fin último. Es aquí donde podríamos fijar una primera categoría: la de los movimientos políticos que tienen de forma clara una teleología aspirando a instaurar o defender un modelo de sociedad ideal, y los que no. En nuestra opinión, solo podemos catalogar como culturas políticas a los primeros: aquellos que son capaces de establecer de facto una sociedad paralela a la oficial y que justifican su existencia, precisamente, en este fin último.

                Sin embargo, una segunda pregunta es quizás si cabe más interesante: ¿la teleología de una cultura política, su objetivo último, es siempre invariable, o por el contrario varia junto con la transformación de la propia cultura política a la que pertenece? Bajo nuestro punto de vista, las teleologías, de la misma forma que varían las sociedades humanas constantemente, también lo hacen. Su variación en cambio es difícilmente observable y estudiable dado lo efímero de los movimiento políticos modernos: en el campo en el que más se han centrado este reducido conjunto de estudios es en el de las culturas políticas izquierdistas revolucionarias, dada por una parte su larga perduración y por otra su gran éxito entre las masas. En el caso de las reaccionarias, como el fascismo, no ha podido estudiarse dada su casi siempre efímera (en términos relativos) existencia. 

                Frente a esto, nuestro estudio demuestra que sí es posible estudiar la variación de las teologías de las culturas políticas tradicionalmente denominadas como conservadoras, lo que a su vez ayuda a romper con la imagen de movimientos maniqueos y anacrónicos caracterizados por su inmovilismo. Para ello, hemos propuesto estudiar la que quizá haya sido catalogada como la cultura política más maniquea de la historia de España: el carlismo. Como demostramos, la visión del mismo como un constructo anacrónico, que ya existia en tiempos republicanos, es interesada, y no solo fue difundida por la tradición historiográfica liberal decimonónica, sino también por la franquista. Siguiendo las ideas de Jordi Canal, se trata de un movimiento político único en la historia de España por su larga pervivencia, la cual deriva de su gran capacidad de adaptación a los diferentes sistemas políticos imperantes. Con esto, es inviable pensar que al hablar del carlismo durante la Restauración, la República y la Guerra Civil hablamos del mismo movimiento; de la misma forma que es inviable pensar que el carlismo del comienzo de la Segunda República era el mismo que el de sus postrimerías, cuando se convirtió en un movimiento totalmente masificado, un catch-all que había tomado por bandera la defensa de la religión beneficiándose de la cada vez más creciente radicalidad política.

                Dado su gran dinamismo, proponemos estudiar al evolución de la cultura política carlista durante un periodo concreto: la República. Y, más concretamente, durante sus primeros meses de existencia, cuando, a partir de la confluencia de varios factores puede observarse una variación total en sus objetivos. Al inicio de la Segunda República encontramos un carlismo totalmente debilitado y guiado por los preceptos de la Realpolitik -concepto anacrónico que utilizamos de una forma intencional-. De esta forma, encontramos elementos tan interesantes como que, con la proclamación de la República, el pretendiente carlista Don Jaime publicó un manifiesto denotando neutralidad, que no oposición, ante el nuevo régimen, y en el que condicionaba su apoyo al mismo en función de la deriva que tomase -Ferrer, 1958, p.107-. Llegaría incluso a instar a los partidarios del carlismo a colaborar con la República en pos de la creación de una gran federación de nacionalidades ibéricas -Zavala, 1977, pp.24-25-, casando además con los principios de la reforma agraria que propugnaban los sectores republicanos más radicales en función de la defensa de algo similar a lo que Marx y Engels denominarían como socialismo feudal. Así, y en línea con el pensamiento del ideólogo tradicionalista Hilaire Belloc, el carlismo se había legitimado ante sus masas hasta 1931 como el ideal de monarquía distributiva que velaba por el bienestar del pueblo llano, función que la monarquía borbónica habría perdido en función de su alineamiento con las élites burguesas liberales. Esta posición, la del carlismo como bastión del agrarismo comunalista frente al liberalismo burgués industrial, es la que muestran algunos autores como José Luis Villacañas Berlanga en “Historia del poder político en España” -2014, RBA- o Josep Fontana en “Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX -1973, Ariel, p.162-.

                En cambio, durante la República el carlismo ya no defenderá el proceso de reocomunalización, que en contrapartida será un elemento fundamental del discurso socialista, anarquista o comunista. En este momento, el carlismo pasó a abrazar la defensa ante todo de la religión, que se había convertido en el principal elemento movilizador. Y, además, aparecía alineado con el Partido Agrario, caracterizado por la defensa de la gran propiedad agrícola. Debemos señalar que el anticlericalismo y la violencia antirreligiosa de los sectores izquierdistas más radicales, que se vieron materializadas en los incendios de iglesias y conventos de 1931, fueron claves en determinar la transformación de las posiciones carlistas frente a la República y frente a su propio ideario: de primar la defensa del conjunto de valores tradicionales, fundamentales para movilizar a sus masas, y la neutralidad frente a la República, a centrarse en la defensa radical de la religión como único elemento movilizador.

Por todo esto, nuestro estudio pretende mostrar una fase concreta de la evolución de la cultura política carlo-tradicionalista, el periodo de 1931, y utilizar el mismo para comprender como la teleología y justificación de toda una cultura política cambiaron radicalmente en tan solo unos pocos meses. Como demostramos, esto se produjo gracias a la confluencia de varios factores externos -radicalización política de las izquierdas revolucionarias, incapacidad del sistema republicano democrático de integrar en su seno a las masas carlistas, renacimiento de la cuestión religiosa…- como internos -muerte de don Jaime y llegada a la dirección de Alfonso Carlos, llegada a la dirección del partido de grandes oligarcas a partir de su posición económica y no por sus méritos en cuanto al activismo socio militar…- catalizados por la constante radicalización política del del periodo republicano.

 

Bibliografía:

Preston, Paul (1978): La destrucción de la democracia en España. Madrid: Ediciones Turner.

Viñas, Ángel (2021): El gran error de la República. Barcelona: Crítica.

Ferrer, Melchor (2021): Breve historia del legitimismo español. Madrid: Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II.

Zavala, José María (1977): Partido Carlista. Bilbao: Albia.

Villacañas, José Luis (2014): Historia del poder político en España. Barcelona: RBA.

Fontana, Josep (1973): Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX. Barcelona: Ariel.

Belloc, Hilaire (2010): El estado servil. Madrid: El Buey Mudo.

Marx, Karl/Engels, Friedrich (1980): El capital. Madrid: Siglo XXI.

 

Palabras clave: Segunda República, democracia, carlo-tradicionalismo, cultura política, realpolitik, catch-all, posibilismo, mal menor, cuestión religiosa, tradicionalismo, reacción, integración, jaimismo, integrismo.